Hace unos días escribí este post en un momento de arrebato y a último momento decidí no publicarlo. Pero una de dos, o el subconsciente me traicionó o lo hizo la torpeza, el caso es que en vez de pulsar "Guardar ahora" le di a "Publicar entrada" y a continuación aparecieron en mi pantalla los consabido mensajes de "Tu entrada se ha publicado correctamente" y "Ver entrada."
Rápidamente la edité y la borré, y pensé que el "daño" había sido reparado, pero Vanesa me dijo amablemente en un comentario que mi entrada le había gustado. Sudor frío, perplejidad, hasta que ella me recuerda (Oh torpe de ti, Fabi) que el Google reader no se actualiza inmediatamente y que las entradas borradas permanecen ahí unas cuantas horas antes de desaparecer.
Me sentí (y me siento) muy tonta por ello, y después del comentario de Vanesa me pregunto cuántos de vosotros habréis leído la famosa entrada y no habéis dicho nada por respeto o por no entender semejante exabrupto en un blog en el que no había publicado nunca algo tan personal.
En su momento pensé que no tenía mucho sentido publicarlo, pero ahora pienso que lo que no tiene mucho sentido es haberlo borrado cuando unas cuantas personas ya lo habrán leído y quién sabe lo que habrán pensado.
Por eso lo vuelvo a subir, porque ahora es un post que representa muchas cosas: un momento de furia que es el epílogo de años de tristezas y frustraciones, la explicación al por qué me desanimé casi nada más empezar con este blog y estuve a punto de dejarlo, y a la vez la explicación de por qué no lo he dejado. Cocinar ha sido siempre una de mis grandes pasiones, y en un momento en el que no soy capaz de apasionarme por nada que no sea mi hija, creo que la cocina en general y la repostería en particular pueden ser una manera de recuperar la calma y la ilusión por muchas cosas que sin querer había dejado de lado en los últimos años.
Copio a continuación el post, podéis leerlo y/o comentarlo si lo deseáis, o podéis ignorarlo y esperar a la semana que viene, en la que retomaré las entradas normales porque poco a poco voy a ir saliendo del letargo en el que llevo sumida los últimos meses.
Ah! La foto está tomada la semana pasada en la rosaleda del Retiro. Los que viváis en Madrid o cerca nos perdáis el espectáculo, id a verlas antes de que el sol las queme. Carpe diem.
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Hace más tiempo del que quiero recordar que ya no disfruto cocinando.
Y he tardado mucho en comprender el motivo: la alegría de preparar algo rico para comer se esfuma cuando compartes tu mesa con el enemigo.
Cuando dijiste que mi ensalada de canónigos con queso de cabra gratinado y cebolla caramelizada, que tanto habías alabado en el pasado, en realidad nunca te había gustado, empecé a desconfiar de ti.
Cuando dijiste que la comida de casa ya no te gustaba porque te habías acostumbrado a los platos de los restaurantes de lujo que visitabas en tus viajes de trabajo no me ofendí porque porque ya había empezado a darme cuenta de que tu opinión en materia gastronómica era todo menos autorizada. Y porque para entonces tu desapego hacia mí no era únicamente culinario. Era alarmantemente generalizado, por mucho que lo negaras.
Para cuando dijiste que mi risotto de nueces y vino blanco "sabía a rancio" ya sabía que no envejeceríamos juntos. Y me costó muchas lágrimas aceptarlo.
Por eso, cuando hace poco comentaste en tono despectivo que yo "sólo me dedico a hacer tartas" no me entristecí ni me importó lo más mínimo. Fue tu pobre venganza cuando ya estaba decidido que no seguiríamos compartiendo mesa. Ni cama. Ni vida. Y no me molesté en explicarte que esas tartas las hago para otras personas que con su agradecimiento y sus alabanzas me devuelven el cariño que yo pongo al hacerlas.
Me echaste un órdago y perdiste. No pensaste que te diría que sí. ¿En serio creíste que te diría "volvamos a intentarlo" como otras veces, para seguir sintiéndome desgraciada junto a alguien que no me quiere, para que criemos una hija maravillosa haciendo germinar en su ingenua cabecita la idea de que los papás y las mamás no se hablan si no es para discutir?
No, no señor. No admito parches ni componendas. Vete. Vete de aquí.
Vete y si te quedan ganas y arrestos busca por tercera vez a tu media naranja ideal aunque te lo advierto, no quedan en el mundo (no en el civilizado al menos) muchas mujeres con vocación de geisha, que estén dispuestas a complacerte sin quejarse jamás y sin pedir nada a cambio. Y desde luego ninguna te garantizará por escrito que no enfermará ni se deprimirá nunca, planteándote ese tipo de problemas para los que dices que no estabas preparado.
Vete, vete en buena hora. Y no vuelvas a entrar en mi cocina.
A partir de ahora cocino sola , bailo sola, lloro sola. Y río sola. Porque yo lo valgo, qué leches.