Un poco de historia resumida (o no tanto):
Noviembre de 1620. Unos 100 peregrinos procedentes de Inglaterra, después de una accidentada travesía en el May flower, llegan a las costas de Massachussets y allí se establecen. Fundan la colonia de Plymouth, primer asentamiento permanente de lo que sería Nueva Inglaterra.
Los peregrinos salen de Inglaterra por su desacuerdo con la relajación en las costumbres que la vida licenciosa de Enrique VIII introdujo y con la religión que éste se inventó a su medida (la anglicana) para aglutinar en su persona el poder político y el religioso, lo que le permitió, entre otras cosas, hacer y deshacer matrimonios a su conveniencia, que es la faceta más conocida de este monarca aunque no la única ni mucho menos la más destacable desde el punto de vista político.
Con una visión muy rígida de la moral y las costumbres, incluso más severa que la calvinista, los peregrinos buscan un lugar donde vivir de acuerdo con sus convicciones. Lo que encuentran al llegar es un invierno desolador, que junto con el hambre y las enfermedades les diezma haciendo que no sobrevivan más que la mitad del centenar que abandonó Inglaterra en busca de una nueva vida en una nueva tierra.
Los que sobrevivieron lo hicieron gracias a la valiosa ayuda de los indios wampanoag, con cuyo jefe, Massassoit, firmaron un acuerdo de paz.
Al año siguiente, ya establecidos y con su primera cosecha recogida, decidieron compartir sus excedentes con los wampanoag, dando lugar a lo que después sería el día de Acción de Gracias, oficializado en 1789 por el primer presidente de los Estados Unidos, George Washington.
Poco duraría ese inicial espíritu de colaboración y pacífica convivencia. Todos sabemos lo que sucedió después, cuando esa inmensa y rica tierra fue objeto de la codicia desmedida y de la crueldad despiadada de las grandes potencias.
Sospecho que los indígenas, auténticos dueños de esa tierra, despojados de ella, perseguidos, torturados y exterminados sistemáticamente, discriminados y condenados a vivir en reductos llamados “reservas” no viven ni sienten esta celebración de la misma manera.
Lo que vemos por televisión es la cara amable de esa fiesta: el desfile de Macy’s en Nueva York, los dulces, la comida familiar (pavo asado con su relleno de castañas, pan y salvia, salsa de arándanos, pastel de calabaza o de manzana…) a la que todos asisten como hacemos nosotros en Navidad, y por supuesto las compras. De hecho en USA el día de acción de gracias es el cuarto jueves de noviembre, y el viernes siguiente lo llaman el “viernes negro.” Y no por motivos macabros, sino porque es día de rebajas, con lo que los números rojos de las tiendas se convierten en números negros, es decir, consiguen unos estupendos ingresos extra.
En cambio los canadienses celebran este día el segundo lunes de octubre. Dicen que al estar más al Norte la cosecha llega antes y por eso se adelanta la celebración. Los canadienses, además, sitúan el origen de su fiesta en 1578, cuando un explorador inglés llamado Martin Forbisher llegó a Terranova y quiso dar las gracias por haber llegado sano y salvo. Sospecho que la rivalidad entre estadounidenses y canadienses por adjudicarse la “autoría” de la fiesta no acabará jamás.
Un apunte de historia familiar:
Cuando hice el pastel que veis en la foto yo estaba a punto de dar a luz a mi hija, me faltaban diez días para salir de cuentas. De hecho Acción de Gracias en 2007 fue el 22 de noviembre, y ese mismo día fue cuando ingresé en Maternidad, aunque ella no nació hasta pasada la medianoche, por tanto ya el día 23 de noviembre. Recuerdo que mientras preparaba este pastel daba interiormente las gracias una y otra vez por ella, porque fue una niña muy deseada que llegó después de años de lucha y sufrimiento, y llegó justo cuando yo ya había tirado la toalla y pensaba que ya no tendría hijos. Ahora veo esa foto y sé que el pastel tenía muchos defectos pero mi hija… ella sí que me salió perfecta! Puede que Acción de Gracias se mantenga sólo como otro invento comercial para hacer que la gente se gaste el dinero, pero a veces pienso que es bueno detenerse de vez en cuando, mirar lo que tenemos… y dar las gracias. Yo me quejo mucho (todos tenemos problemas) pero tengo muchos motivos para dar gracias, y quisiera invitaros también a vosotros a reflexionar un momento, sobre todo cuando estáis estresados y agobiados por los mil problemas del día a día. Parad un rato, respirad hondo y recordad lo bueno que os rodea. Es reconfortante.
Y ahora la receta, os la merecéis si habéis sido capaces de leer semejante parrafada (y si no también)
PASTEL DE CALABAZA
Pâte brisée:
1 taza + ¼ de harina de repostería
½ cucharadita de sal
1 cucharada sopera de azúcar
125 grs. de mantequilla muy fría cortada en cubitos
Entre 30 y 60 ml. de agua helada
Relleno de calabaza:
3 huevos
2 tazas de puré de calabaza
½ taza de nata, ya sea para montar o para cocinar, muy espesa (recomiendo la refrigerada de Mercadona)
½ taza de azúcar moreno
1 cucharadita de canela
1 pedacito de jengibre fresco rallado (yo lo compro fresco, lo rallo y lo congelo en paquetitos, así se mantiene intacto el aroma, lo prefiero al jengibre en polvo)
2-3 clavos de olor
1/2 cucharadita de sal
Preparación:
Precalentar el horno a 180º y engrasar un molde desmontable de 26cm de diámetro.
-Pâte Brisée
Poner en el procesador la harina, la sal y el azúcar y pulsar dos o tres veces hasta que se mezclen.
Añadir la mantequilla y batir 10-15 segundos hasta que la mezcla se asemeje a migas.
Incorporar con mucha prudencia 30 ml de agua en forma de hilo (según el clima en el que trabajemos, la marca y la calidad, la molienda y algún que otro factor, la harina absorberá más o menos líquido) sólo hasta que la masa esté uniforme y mantenga cuerpo si la pellizcamos. Si fuera necesario, añadir un poquito más de agua.
Sacar la masa del procesador y formar con ella rápidamente una bola que dejaremos reposar en la nevera 30 minutos envuelta en film de cocina.
Cuando hayan pasado los 30 minutos, espolvorear con harina la superficie de trabajo, depositamos en ella la masa y la estiramos con rodillo hasta unos 33 cm de diámetro.
Doblar la masa en cuatro para que no se rompa al trasladarla al molde que previamente habremos untado en mantequilla. Guardar los trocitos que nos sobren al nivelar el molde para hacer alguna figura decorativa que colocaremos encima del relleno. Lo típico son las hojas de arce pero yo no tenía cortadores de hojas en ese momento… y a decir verdad sigo sin tenerlos.
Refrigerar nuevamente la masa por unos 30 minutos antes de cubrirla con el relleno.
-Relleno
Batir los huevos, añadir el resto de ingredientes y batir un poco más (mejor a mano con varillas para no licuar demasiado el relleno) Si hemos preparado figuritas decorativas las colocamos encima. Antes de meter el pastel en el horno yo suelo envolver la mitad inferior del molde en papel aluminio, esto evita que el horno se ponga perdido con posibles goteos del relleno. Así limpiamos menos y nos evitamos la humareda del relleno que se quema, que incluso puede alterar el sabor y el aroma del pastel.
Estará listo en unos 30 minutos, o en su defecto cuando el relleno esté casi firme, o cuando los bordes de la masa estén tostaditos.
Se puede servir con nata montada endulzada con sirope de arce. Yo soy extra-golosa y a mí me resultó muy empalagosa, prefiero el pastel tal cual.
Errores que cometí:
1. Por pereza de utilizar el horno grande horneé el pastel en un mini horno, y esto puede causar el problema que se ve claramente en la foto: el calor que irradia en la parte superior es excesivo y los bordes del pastel se rompen y se queman antes de que al resto del pastel le dé tiempo a hacerse. Cuando me di cuenta los cubrí con papel aluminio pero el daño ya estaba hecho. Desde entonces utilizo muy poco el horno pequeño para tartas y pasteles, y si lo hago estoy más atenta a los bordes.
2. Nunca, nunca más en la vida volveré a incluir el clavo de olor en una receta. En esta ocasión por ser la primera vez quise respetar el original y lo usé a pesar de que es una especia que odio (probablemente la única), confiando en que su sabor y olor no se harían sentir por encima de las otras especias que me gustan tanto, canela y jengibre. Craso error. El clavo se apoderó del pastel y para mi gusto lo estropeó. Lo cuento por si me lee algún otro “clavofóbico.”